En el jardín de su casa él se sentaba.
Tenía 35 años, y no tenía palabras.
Sus padres, ya ancianos, desde siempre lo atendían.
En su mecedora blanca todos los días
se acomodaba.
Los vecinos pasaban y lo miraban, cual si fuera
un marciano o una cosa rara.
Y los cristales se rompían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario